Vivir

 Entonces, abrió los ojos que ya creía tener abiertos y ese cuerpo de mujer que abrazaba en la apariencia del sueño se volvió sombras. Mientras su mente intentaba adaptarse a la que ocurría, observó que sus brazos conservaban el gesto de abrazo. Su cuerpo entumecido no lograba moverse fácilmente, pero consiguió alargar un brazo hacia el interruptor de la lámpara de su mesita de noche. Las sombras que habían sustituido el abrazo, desaparecieron inundadas de luz. Una luz cegadora, pero al mismo tiempo esclarecedora. A pesar de ser consciente de que ella no estaba allí, sus ojos la buscaron por la habitación durante unos segundos. A ella y a esos niños cuyos nombres no habían sido más que una delirante hipótesis. Pero no había nada más que su dormitorio y él. La máquina rodante con la que se movía, le recordó quién era: el viajero, el pirata, el preso… Nada más que una ilusión, ya que en realidad no era más que parte del sistema. Un soñador que cada día volaba en su nave imaginaria, despegando de un hangar construido en su habitación, delante de su ordenador, sobre un sofá... Ella existía, eso sí, y él la había abrazado. Pero ahora estaba lejos. Quizá pronto la vería, la besaría, la abrazaría... pero casi siempre estaba lejos, en otra casa, en otra ciudad... Lejos. Aquellos viajes por el universo habían sido simbólicos, espirituales, mentales o sentimentales. No había fantasmas, ni sirenas, ni lagos, ni planetas, ni constelaciones. Su cárcel era él mismo. Había gente, es cierto, ¿pero dónde? Seguía la lucha. Seguía Dios, seguía el Amor.
Ahora, a vivir o como se llamara lo que él hacía. Tal vez, en algún momento podría escribir. Quizá decidiera seguir viajando, imaginando. Es posible que no haga falta andar para demostrar el movimiento o que haya otras formas de andar. Puede que la esfera de las estrellas fijas también se mueva.