La
vida seguía animando los espíritus de él y su familia. La vida continuaba. Miró
a su alrededor. Ahí seguían cuatro almas en conjunción: Lys, Miguel, Susana y
él mismo. El amor fluía como savia que revitaliza la creación. En sus ojos y en
los de Lys, brilló una luz.
Unión
En
el exterior, el viento soplaba fuerte golpeando el hogar, pero dentro la paz
dominaba las vidas de sus habitantes y nada perturbaba su felicidad. La unión
de René y Lys había crecido día a día, y más desde que decidieron casarse. En
el sofá del salón, ambos descansaban y disfrutaban como siempre de su mutua
compañía. René estiraba dentro de lo posible sus torcidas piernas mientras
abrazaba la cintura de su esposa, sentada en la misma postura sobre él y con su
cabeza recostada en el pecho de René, el cuál se inclinaba a veces para besar
en los labios a Lys. El ruido del viento era aliviado por las risas de los
niños: Miguel y Susana. Unos pequeños que correteaban alegres por toda la casa.
En el rostro de Lys nacía su dulce sonrisa de siempre al mirar a sus hijos,
mientras René miraba a través de la ventana más cercana la belleza del jardín y
más allá, hacia el infinito, como si aún guardara en su corazón restos del
antiguo miedo. Como si aún no creyera del todo que aquello le estaba pasando a
él. Pero decidió que no merecía la pena pensar en todo lo que había generado
sufrimiento en él y a su alrededor.