Ecos de guácharo III

 El espacio se me quedó pequeño. Pequeño y vacío como la soledad. Mientras tanto, yo estoy vivo. Y como los susurros tienen dueño, a mí no me queda más remedio que sentirme bienaventurado. Bienaventurado por los fracasos, porque no son más que los pasos que conducen al éxito. Bienaventurado por los golpes, porque a quien los da también le duelen (ley de acción y reacción). Dichoso porque sigue el orden en medio del caos o es posible el caos en medio del orden. Feliz porque aún puedo responder a cada gesto con una sonrisa. Todavía sé decir te amo.
 Atrás quedaron sueños, ilusiones, batallas perdidas, tal vez amores que fueron sin serlo o que no lo fueron a pesar de serlo... Pero ¿y qué? El pasado ya no tiene poder, ya no duele. Queda en la memoria en forma de recuerdos y fantasmas, nada más. Algunos que me conocen creen que de repente soy una persona más alegre y madura. No lo sé. Puede que sí sea más fuerte, o yo diría que más duro. Pero duro para resistir. Soy madera de roble que aguanta las embestidas del mundo, pero con savia por dentro que es la sangre que fluye por mis venas y baña cada célula de mi cuerpo lleno de vida que impulsa mi alma, o al contrario. Duro para proteger el suave manantial que fluyen en ambos sentidos, de fuera adentro y viceversa. Estoy nadando en el mar. Eso sí, procuro que baje la marea y que alguna extraña mutación o milagro transforme mi aleta caudal en piernas. Y si no, pues nada. Hay otros milagros cada día. Las pirañas tampoco tienen piernas y bien que muerden. Y las sirenas tampoco, pero dominan el arte del canto.
 Si alguien está leyendo esto ahora, espero que a la misma vez esté sonriendo. Yo lo estoy haciendo, seguro. Pero cuidado, no fuerces la sonrisa. Si lo haces se te pueden agarrotar los músculos de la cara. Una contractura duele mucho. Y si no consigues sonreír, recurre a la terapia de choque: mírate a un espejo y verás qué risa. Reír o llorar, la elección es sencilla. Después de tanta lágrima derramada en el mundo, tanto llanto tras cada dolor, tanto dolor tras cada golpe, sólo queda sonreír. Todavía hay camino por delante. Así que cuidado, que voy. Como dice una canción de Héroes del silencio, "si vas a venir conmigo, agárrate". Venga, no te quedes ahí mirando como un pasmarote. Siempre podemos descansar un rato cuando vuelvan a flaquear las fuerzas. Pararse a contemplar es tan necesario como avanzar. Es parte del avance. Mientras otros ya corren, hay quien va con paso lento. Pero esto no es una competición. Es un avance compartido donde lo importante no es otra cosa que seguir adelante. No sé cómo me las voy a arreglar para echar a andar, pero quizá sea tan fácil como responder a una orden tajante y maravillosa: "Levántate y anda".