Continúo esperando decisiones. Resoluciones
que siempre me vienen dadas. Fuerzas que me llevan por donde quieren. Un solo
paso puede cambiar completamente todo un rumbo, si pudiera darlo. Mientras tanto,
sigo a cuestas de quien da los pasos por mí. Parar o dejarse llevar, he ahí la
cuestión. Al final es lo mismo, porque todas las carreras de pasos ajenos
acaban parando más temprano que tarde hasta que empieza otra. Jesucristo, nada
menos que Jesucristo, dijo a Pilatos: “Nada tendrías si no te hubiera sido dado
de Lo Alto”. Y tenía razón. Todo lo que tenemos, todo lo que somos, nos es
dado. Pero me siento como en la parábola de los talentos, como aquel hombre al
que sólo le es concedido un talento y lo esconde por miedo a perderlo. Luego le
es arrebatado por no haber sacado fruto a ese talento. Si sólo esperamos a
vivir con lo que nos dan, nunca viviremos, más bien seremos vividos, valga la
expresión. Seremos sujetos pacientes que nada hacen mientras la vida pasa, o nos
pasa por encima aplastándonos. En cambio, si ponemos todo nuestro empeño en
proyectar con tendencia a infinito lo que la vida nos da con el esfuerzo por
vivir, estaremos sacando partido a los talentos, un partido y un fruto que no
se nos podrá arrebatar, porque ya lo hemos disfrutado, para el bien de todos.
A veces he pensado que la felicidad es un
momento en el tiempo y la eternidad de su recuerdo. En otras ocasiones he
creído que es la suma de las ilusiones que preceden a cada fracaso. Pero todo
esto lleva implícita la resignación ante la fatalidad de la pérdida y yo ahora
me niego a aceptar cualquier definición de felicidad que implique derrota.
Porque quien fracasa no es ganador y la caída, la muerte, no es el final. Cada
día, como levantarse o resucitar, es sólo el principio. Quizá eso sea la
felicidad, encontrar a cada momento un nuevo principio, una nueva oportunidad
para ser feliz.
Dicen que todos buscamos a alguien que nos
haga caso. Si es así, no me extraña que no encontremos lo que buscamos, porque
en ese caso, nadie hace caso a nadie. ¿Y en vez de eso buscamos a alguien a
quien hacer caso? Sería cuestión de probar. No es olvidarse de uno mismo, es
enriquecer el alma con otro espíritu. Es ofrecer un poco de atención a quien a
cambio, tal vez, puede dárnoslo todo. Y si sale bien el experimento, cuanto más
demos, más recibiremos. En el mundo hay miles de millones de personas, con lo
cual, para quien existe una mínima vía de contacto con la gente, la excusa de
que “yo no tengo a nadie, no encuentro a nadie, estoy solo” no sirve. Sencillamente,
no cuela.
Hay príncipes y princesas que al besarlos se transforman
en ranas, claro está. Pero al final son sólo sombras para las que el sol ha
desaparecido. Espectros a los que ni siquiera la Luna ilumina. No son nada.
También existen los ángeles, esas personas y sentimientos que te obligan a
sonreír aunque no quieras, aunque no sepas. Para los ángeles, cualquier mueca
patética que resulte de un soplo de alegría, equivale a una sonrisa. También
está el miedo. El sabio anciano que sabe qué se esconde detrás de tu máscara.
Por eso no te puedes esconder de él. Nunca te va a dejar en paz. Huir no sirve de
nada, te alcanzará. Afrontarlo es de estúpidos, no se puede vencer a quien es
más poderoso porque se cae en el ridículo. Pero existe otra vía para salir
airoso del combate contra el miedo. Vivir con él. Asumir y aceptar el miedo lo
neutraliza. No hay guerra ni dolor cuando no hay enemigo. Es normal que se
sienta débil quien es débil, pero ser débil no es malo, es sólo una forma de
ser. Como dijo alguien: “La vida no consiste en tener buenas cartas, sino en
jugar bien con malas cartas”.
Y ahora, ¿qué? Ahora que cada uno juegue sus
cartas y su juego. Existe el póker, el tute, el black jack, el mus, el brigde y
tantos otros, incluidos los solitarios. ¿A alguien le apetece jugar conmigo?