Mi nombre es León de la
Cruz y soy caballero de la Orden de Santiago. La villa de Xerez de Badajoz fue entregada
a mi Orden después de ser ejecutados los últimos templarios rebeldes que
quedaban, y que habían decidido resistir empecinadamente su agonía hasta el
final, contraviniendo la orden del rey Alfonso XI de abandonar sus posesiones
en la villa. Confío en la Orden a la que pertenezco y en su capacidad para
administrar y defender Xerez. Trabajamos con permanente actitud de servicio con
unos nobles propósitos. Pero ¿por qué arrebataron de forma tan violenta estas
hermosas tierras a los del Temple? ¿Acaso no trabajaban sin descanso, como nosotros,
a favor de la fe? Algunos miembros de su Orden en Francia confesaron numerosos
delitos, blasfemias y aberraciones ¿pero eran realmente culpables? Y ¿qué
peligro suponían para la corona los templarios de Xerez cuando siempre la
habían defendido?
El caso es que ahora defiendo aquello en lo
que creo, la esperanza en un mundo de bien, en esta excelente tierra, como
antes lo hicieron otros en la magnífica fortaleza donde me hallo. En sus recias
y sangrientas torres, el susurro de viento parece evocar las voces de personas
que se sacrificaron por lo que creían bello, bueno y verdadero. En oscuras
noches, algunos creen ver irreales sombras de antiguos centinelas que siguen
guardando incansables y fieles el tesoro espiritual que todos buscamos. En fin,
trataré de cumplir honesta y humildemente mi labor como caballero de Santiago.
Sólo aspiro a ser nada más que una piedra del baluarte que protege ese tesoro…
Y nada menos.