Desvarío VI: El agujero


 Parece que, finalmente, han logrado sacarme del agujero. Ha pasado mucho tiempo desde que caí en aquel cráter volcánico. La curiosidad, la inquietud y el inconformismo tienen sus riesgos. Sus múltiples pasadizos más allá del estrecho orificio han sido mi hogar y mi cárcel; el calor de la lava cercana y molestas criaturas subterráneas, mis compañeros constantes. La supervivencia ha sido posible porque, gracias a Dios, la vida no se detiene ante nada y también inunda lugares tenebrosos como éste. Debo de haberme desmayado, porque una intensa luz apuñala mis ojos y eso significa que ya no estoy en la oscura prisión. Al menos, no en la misma. Una mano suave y que me resulta muy familiar se aferra a mis dedos entumecidos. Mi cuerpo reposa, como si no hubiera reposado lo suficiente en la caverna, sobre una cama con sábanas blancas y verdes. La vida, roja y transparente, toma la forma de sangre y suero inyectados en las venas de mis brazos. Estoy en una habitación de hospital. El tiempo pasa y pasa entre estas cuatro paredes de tonalidad enfermiza mientras deseo que la mano, tierna pero firme, jamás me abandone.