Ecos de guácharo XV


La paz del alma no tiene nada que ver con la pasividad ni con la apatía. Es, en cambio, una confrontación directa con aquellos que, por no disfrutar esa paz interior, exteriorizan su desasosiego con todo el poder destructivo a su alcance, que en algunos casos es mucho.
 El pacífico no es sumiso ante el mundo. ¿Acaso no es insumisión hablar de paz en un mundo donde parece que la norma es gritar, sacrificar el contenido del diálogo en beneficio del volumen de la voz? Es preferible la conversación tranquila, la relación y coexistencia pacífica con todos nuestros hermanos del mundo (sí, hermanos) y, por supuesto, con nosotros mismos. Dicen que quien grita lo hace para acallar la propia conciencia. No olvidemos el diálogo con el espíritu, eso que algunos llaman oración, otros meditación, otros...
 No hablo de ignorar la injusticia, ni la guerra, ni el dolor. Hablo de permanecer serenos ante la evidente falta de serenidad de los que precisamente difunden la epidemia de la injusticia, de la guerra y del dolor. Y, finalmente, no olvidemos aquella cita: "Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra". ¿No será que con nuestros gritos y nuestra falta de paz interior (y exterior) nos estamos convirtiendo en cómplices (quizá yo el primero) de la marea negra de maldad que permanentemente parece asolar el mundo?