En
la calle, la luna vigila con su luminosa mirada. En mi dormitorio, legiones de
espectros despliegan una huracanada danza alrededor de mi cuerpo inmóvil tapado
por las mantas. Casi puedo sentir su frío tacto en mi tembloroso rostro.
Escucho en el pasillo unos pasos. Ya se acerca. Es el hombre de los ojos
permanentemente en blanco, que contrastan con su atuendo siempre negro. Mi
mujer duerme inquieta a mi lado, tal vez viviendo en pesadillas lo que yo estoy
soñando despierto. Mientras tanto, el eco de las pesadas botas golpeando contundentemente
las baldosas se aproxima. ¡Que no se la lleve! A ella no. A través de los
visillos de la puerta de la habitación, no puedo ver su enorme y amenazante
sombra… todavía.