En el umbral de la puerta que conduce al otro lado, le conté al perro guardián que mi casa del acantilado había resistido el huracán, pero que, tras arreglar las goteras y otros desperfectos, todavía me faltaba terminar de pintarla, amueblarla y decorarla.
-¡Grrrr, guau, guau!- contestó el perro, como queriendo decir "¡Lárgate y no te detengas!
Di media vuelta y regresé a la obra.