Ucronía 9-9-45

Tras la caída de Berlín, Iósif Stalin desplegó sobre Europa su cortina de hierro. El emperador Sam comenzaba a alargar sus brazos sobre un mundo en permanente guerra, fría o caliente. Millones de muertos eran testigos silenciosos del desenlace. Los atómicos hongos devoradores lo confirmaban: las cenizas del Führer, empujadas por un viento pseudodivino, proyectaban su sombra sobre la Tierra. La cabalgata de las valquirias no había hecho más que empezar. Comenzaba un nuevo Reich, tal vez de mil años. Los nuevos portadores de la esvástica corrupta reían entre dientes. ¡El übermensch había ganado la guerra!