Amber floyd

Hoy descubrí que los anhelos viven en un sueño; que una pequeña copa de coñac cobija y balancea el barco que llevó a mis ancestros hasta donde estoy; que el Pacífico puede ser color de ámbar. La gloria se saborea en breves gotas. Un diminuto orbe vítreo es la bomba de relojería desde la que explotará el big bang de las ambiciones conservadas en formol, de las potencias hibernadas en la cueva que hoy es iglú.

El sacrificio se me antoja despreciable en esfuerzos, mas no en importancia, cuando mi musa mimosa, la música y el sabor de la alquimia sostienen mis cimientos y levantan mis escombros.

La profetisa anunció la respuesta divina que confirma la inmortalidad de lo verde. No obstante, no me he de poner en manos de pérfidos ídolos que ya conocieron su ocaso desde el parto, sino en el madero que dio fruto, alimentado por la savia sanguínea. Aromas de púrpura vida y roble guían mis ojos al cielo. Entre mis pupilas y el infinito, el sistema binario de enanas negras cuya luz es hoy antorcha refulgente en la caverna interior.

El ámbar de ultramar combina en armonía cromática con el dulzor que reviste lo más meloso de mi espíritu. Con razón dicen que el ámbar huele a miel. Atruena el silencio y arde placenteramente la garganta. Y como efecto cuya causa es la alegría, un beso.